martes, 17 de mayo de 2011

Finalmente me senté a hacerlo

Sí, aquí estoy, sentada en un sofá verde con marcas de tener más edad que yo. ¿Polvo? Sí, mucho pero es mejor que las sillas rígidas de la Biblioteca en la que me encuentro y que me ofrecen poca comodidad. Aquí estoy, sentada frente cientos de libros del siglo pasado que no me hacen sentir mas que ansisdad por no saber donde empezar.
Hoy es el día, hoy debo enfrentarme al montruo que me mira como queriendome devorar, mi ante proyecto. He prolongado este momento ocho meses, pero hoy es el día. ¡A agarrar al toro por lo cuernos! Tengo en este momento una sensación de querer huir. Me siento sola, confundida y, justo ahora, viene a mi alma el remordimiento de haberme alejado de Dios. Hoy por fín me enfrenté a la realidad de mi necesidad de él. No he escuchado la voz de Dios desde hace algún tiempo. Y no es que él no me hable, es sólo que cuando me habla prefiero escuchar mi propia voz.
Pero hoy lo necesito. Si él no empieza conmigo aquí a redactar mi anteproyecto, yo no sabré el camino ni tendré la sabiduría para realizar este proyecto.
Acabo de leer promesas que Dios nos dio y que me recuerdan que estoy a tiempo de regresar.
Hoy reconozco a Dios en todos mis caminos porque quiero que enderece mis veredas. Hoy doy el primer paso para mi titulación. Hoy agarro la mano del que todo lo puede para salir de esta.
Aquí empieza esto, aquí está la línea que divide el antes y el después. Hoy me lanzo a lo desconocido y a mis temores; pero no voy sola, voy con el Más Grande, con el que hizo la tesis más grande del mundo y tituló con honores. No tengo miedo porque todo lo puedo en Cristo que me fortalece.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

No creí que pasaría otra vez

Juro que luché por no sentir, otra vez, mariposas en el estómago. Me da risa y me molesta a la vez. es tan divertido tener treinta y uno y sentirse como una adolescente que ve al chico que le gusta. No recuerdo cuando fue la última vez que sentí lo mismo, creo que fue con Big J, pero esta vez es más intenso. Bastó darme cuenta cuando lo vi cerca de mi y cambié de color, se me bajó la presión y el tonto se apoderó de mí. Lo peor del caso es que me sigue distrayendo. Ahora entró a mi cabeza y no se quiere salir.
Me encanta sentir lo que siento, me gusta sentirme una tonta, pero no quiero sentirlo sola. Me encantaría que el tipo sintiera lo mismo, sería tan divertido.
Juraba que los treinta derribarían mi miedo al amor, pero veo que lo han reafirmado.
Me encanta su sonrisa, su porte, su seguridad y su irreverencia. Me encanta su cara de mamón que esconde al más tierno caballero deseoso de amar y de encontrar a la dama con quien quiere compartir su felicidad. Es un simple mortal como yo, pero nos separa la indiferencia y la apatía del uno por el otro. Así es, me encanta pero me cae mal. Es una rara convinación de fascinación y rechazo. Aún no lo entiendo, quiero, pero no quiero. Claro, no quiero porque el tipo no tiene ni la mínima pisca de interés por el lunar de mi brazo derecho. La verdad es que con dos o tres holas no se conoce a nadie. Y esa es la verdad, se está metiendo sin permiso alguien a quien no conozco.
Pocos hombres llaman mi atención y logran embobarme como lo hace Don y, rayos, no tuvo que hacer mucho.
Trataré de buscar algo diferente para distraerme, no sería capaz ni siquiera de buscarlo y decirle hola. Lo planeado nunca me ha salido bien, simplemente no es mi estilo.
En verdad esto debe ser lo más hermoso cuando se es correspondido y cuando las cosquillas en el estómago y los nervios son recíprocos. Sería tan lindo ver su cara de bobo mirándome mientras le doy un beso mimado.
Tengo ganas de dar un beso, sólo uno. Tengo ganas de abrazar, muchas veces. Tengo ganas de charlar rico, muy rico. Tengo ganas de muchas cosas, pero con la persona correcta.
¿Por qué es tan difícil? Es mejor no sentir.
Pero ese es el gran reto, sobrevivir y manejar este sentimiento, y salir ilesa.

lunes, 7 de junio de 2010

La libertad de los treintas

Aquí empieza. Así, sin más, aquí empieza una nueva vida. Ahora mi mente en blanco trata de asimilar que mi cuerpo se durmió en un lugar y amaneció en otro.
El lugar que por trece años fue testigo de mis travesuras, alegrías, lágrimas, frustraciones y esfuerzos se ha quedado con un pedazo de mi corazón. Ahora sé que nada será igual porque Montemorelos ahora es parte de un pasado que intenta sobrevivir a la noche que va quedando atrás. Mis ojos están por cerrarse nuevamente, y justo en este momento siento como el corazón, la memoria y el estómago tienen algo que gritar. Es como si la memoria tuviera miedo de olvidar algo que fue muy importante, pero que por su bien debe olvidar. Ahora el tiempo y la distancia han aparecido como aliados invencibles para desaparecer lo que no contribuye a mi paz y felicidad.
Esta es la década de la libertad, los treintas. Una etapa de volar y comprobar que vale la pena vivir sin miedo y gozar la experiencia de los errores anteriores. Comprobar que se pierde más si no se arriesga.
Mis ojos se cierran para descansar de un día más en este mundo. Es posible que mañana se abran para ver la luz de uno nuevo, un día con nuevos retos, vivencias y más que hacer.
Aquí estoy para vivir esta nueva estapa. Siento las mariposas en mi estómago y el miedo a lo nuevo, pero aquí voy, a volar y comerme el mundo a mordidas pequeñas para poder disfrutarlo.

martes, 27 de abril de 2010

Parte II de la historia de unos zapatos

Un día antes de que se cumplieran los siete días, la joven pasó por la tienda para comprobar que lo zapatos seguían allí. Mientras caminaba, por su mente pasaban mil ideas sobre lo que pasaría si no los encontraba. Las ansias corrían por sus venas. Todo podría pasar.
Por fín llego a la zapatería y su mirada no perdió el tiempo en otros espacios de la tienda, ella sabía justo donde buscar.
Se paró frente al aparador, quedó totalmente inmóvil. Su respiración quedó estática por unos segundos. Parpadeó léntamente, como si el tiempo se hubiera detenido y continuado en cámara lenta. Ni siquiera tomó el tiempo para buscar alrededor, era obvio que no estaban. Quien los quitó ni siquiera se tomó la molestia de llenar el espacio vacío.
Cuando le volvió el aliento, se dirigió al joven que atendía. Ella le preguntó si sabía qué había pasado con el modelo que estaba en ese espacio, indicándole el lugar. El joven sorió y le dijo que, como era único par, alguien ya los había separado y los quitaron para que no se vendieran a otro cliente. El rostro de la chica cambió de color, estaba segura de que había perdido su par.
El joven, a menera de comentario, le dijo el dueño de la tienda le había pedido esa mañana que los guardara para un cliente que los compraría el siguiente día. Esto confundió a la chica. Y para refirmar su sospecha preguntó que si él sabía de quién se trataba. Él le contestó lo poco que sabía, le dijo que era para una joven que había esperado toda la semana por ellos. Ella no podía creerlo, estaba segura que se trataba de su caso. Casi olvidaba agradecer al joven por la información, pues salió corriendo porque estaba muy tarde para su trabajo.
Ese día trabajó como si hubera sido el primer día en que inició en ese empleo. Las horas de la jornada de trabajo pasaron volando, y la última noche que pasaría sin sus zapatos cada vez se acercaba más. Le hacía cosquillas el estómago y por su mente sólo volaba una imagen, los zapatos de sus sueños. Y bueno, el sueño era tan difícil de conciliar con tales ansias, pero trataría de hacerlo pues al día siguiente tendría mucho trabajo y cosas para hacer.
La noche fue corta, pero la transición entre acostarse y conciliar el sueño fue eterna. Esta historia no termina aquí.

martes, 23 de marzo de 2010

No se supone que duele

Hoy odio los sentimientos porque no sirven para nada. Sólo estorban y hacen al ser humano vulnerable, lo hacen débil y  esclavo de quien se los roba. Los sentimientos sirven para domesticar al dueño de estos.
Se supone que sentir da placer o dolor. Yo creía que el amor los daba, pero entonces lo que siento no es amor porque duele. El amor no es un sentimiento por eso no duele. El amor todo lo soporta, pero no se supone que duela; el amor todo lo cree, pero no se supone que duele; el amor todo lo espera, pero no se supone que duela. Entonces ¿Por qué duele tanto?
No, no quiero sentir, no quiero tener sentimientos, no quiero que duela, ni quiero gastar más energías en pensar si me lastiman o yo lastimo a  alguien.  
Quiero ser de piedra para no sentir, ni percibir cuando alguien siente por mí. ¡No me importa! No quiero nadaaaaaaaaaaaaaaaaa.
Y la verdad es que entonces no entiendo el amor porque si no da placer ni dolor, ¿entonces para qué sirve?

domingo, 14 de marzo de 2010

Son perfectos aunque no exista la perfección

Soñadora, siempre soñadora. Mujer al fin. Una que cree que el amor existe. Una que construyó su propio concepto del amor.
Soñadora porque cree en el hombre perfecto, perfecto para ella.
La perfección no existe, pero, para ella, significa que haya un hombre a su medida.
¿Exiten hombres a la medida de las mujeres?
Los hombres son como los zapatos, siempre hay en existencia la talla que calzas, en modelos que no te gustan o no necesitas. Cuando hay el modelo que te fascinó, la talla que necesitas está agotada. Simplemente llegaste tarde.
Y es que los únicos pares que habían, de tu talla, se los llevaron chicas que los compraron por razones diversas. Una los compró porque era la única talla que tenían de zapatos en el color que buscaba. Otra los compró porque los vio en el aparador y dijo que no tenía un modelo así en su closet, entonces los llevó para su colección. Una más los compró porque vio que a otra chica le gustaba mucho. La escuchó hablar maravillas de ellos, pero al mismo tiempo dudar si era lo que le convenía o no. Así que, mientras la otra estaba indecisa, la una, que sólo había ido a la tienda para ver qué encontraba de nuevo, se contagío de la fascinación y no perdió el tiempo en comprarlos. La chica indecisa, al ver que ya alguien más había comprado los zapatos que quería, se desanimó y mejor se fue. El último par que quedaba en la tienda fue comprado por una chica que había estado buscando el modelos de sus sueños. Siempre había querido unos zapatos así y, por mucho tiempo, había buscado en catálogos, internet, tiendas exclusivas de diseñadores y no había tenido éxito. Pero nunca perdió las esperanzas, sabía que un día los encontraría porque a algún diseñador se le ocurrirían.
Un día, mientras caminaba en un centro comercial, vio, materializados, los zapatos de sus sueños en un aparador. Se paró frente a él para observarlos. Estuvo allí un buen rato contemplando el color, la textura, la zuela, el material, el diseño completo. Se dio cuenta que encajaban perfectamente en la idea precocebida. Entró a la tienda y preguntó si tenían en su número. El encargado le dijo que sí tenían y entonces los pidió para medírselos. Cuando recibió los zapatos, los tocó y observó cada detalle. Se veían perfectos, lo que siempre había buscado. No perdió tiempo y se los midió. Se puso el primero, el segundo y, sentada frente a un espejo, miraba sus pies moviéndolos en todos los ángulos posibles. No les encontraba ningún defecto. Se levantó para caminar un poquito y comprobar si podría hacerlo sin problemas. Dio uno, dos, tres pasos. Pronto sintió que la uña del dedo gordo, del pie derecho le dolía un poco al dar los pasos. Recordó que regularmente esa uña se le enterraba, así que pensó que, como siempre, con un pedicure solucionaría ese problema. Caminó un paso más y sintó que la parte de atrás del zapato, justo donde empieza el talón, le rozaba un poco, de tal modo que con el tiempo, si caminaba más, le causarían una herida. Así que pensó en usar una bandita protectora de la piel. Lo había hecho antes, esta vez también funcionaría. Cada vez se convencía que, sin importar lo que pasara, ella quería esos zapatos. Los había encontrado y no se iría sin ellos.
Segura de que serían para ella preguntó el precio. La respuesta que recibió no estaba muy cerca de lo que esperaba. Había dicho que cuando encontrara los zapatos de sus sueños, pagaría el precio que fuera. La suma era mayor a la que hubiera imaginado. No era realmente tanto, sin embargo no tenía el dinero con ella en ese momento. Faltaban siete días para la fecha de pago; pero; aún así, tenía otros compromisos de pagos que limitaban sus posiblidades. Recordó que su padre la había ayudado otras veces. Vaciló un poco en la idea porque pensó que molestar a su padre, siendo ella una adulta, para pedirle ayuda con unos zapatos no sería relevante. Finalmente su deseo, que era más que ella, la movió a hacer la llamada. Al escuchar la voz cálida y amable de su padre sintió la confianza de contarle la situación. El padre le dijo que con mucho gusto la ayudaría, pero que debía esperar siete días. Explicó convincentemente las razones a su hija, quien, frustrada por la respuesta, entendió que debía esperar ese tiempo. Habían miles de ideas haciendo nido en su cabeza, ideas sobre las posibilidades de nunca obtener los zapatos de sus sueños. Ante la inminente espera se resignó y habló con el empleado de la tienda, a quien le pidió que no vendiera los zapatos hasta que ella viniera. El hombre le dijo que lo sentía, que no podía hacer lo que le pedía. Pero le aseguró que si esos zapatos eran para ella, nadie los compraría durante ese tiempo. Ella sonrió incrédulamente porque sabía que las posiblilidades eran mínimas, por no decir nulas. Sin embargo, se resignó a la espera.
El centro comercial quedaba de paso a su trabajo y cada día no podía evitar verlos. Pero lo interesante es que los zapatos seguían allí. Cada vez que los miraba su rostro se ilumina con la sonrisa de la esperanza. Cabía la posibilidad de que alguien llegara y se quedara con ellos. Esa idea le hacía un nudo en el estómago. Podía pedir un préstamo o adelanto de su sueldo. Pero sabía que no era prudente, no en ese momento. En el pasado había actuado, la mayoría de las veces, motivada por sus impulsos y tomado decisones con consecuencias muy dolorosas. Esta vez esperaría. Dolía esperar, pero es posible que valiera la pena. Esta historia continuará...

domingo, 20 de diciembre de 2009

Huele a paz

Huele a frío y estaremos a uno dieciséis grados centígrados. Sólo puedo sentir las caricias del sol en mi rostro y el encantador sonido de este parque sanantoniano. 
Sí, es el mejor momento para platicar con el dueño de todo esto y tengo que escribirlo. Es mi segunda vuelta y no pude resistir registrar lo que oigo, pienso y siento al caminar sobre este libro tan maravilloso, la naturaleza. Todavía no me explico porqué dejé pasar tanto tiempo para disfrutar de las maravillas de Dios, a través de ella. Aquí soy otra, otra yo; yo misma, pero otra yo.
Aquí huele a frío, pero huele a sol. Sí, allí están, no creí que pasaría otra vez. Tres, cuatro, deben ser más, pero sólo veo tres, tres hermosas ardillas iiiiando entre los árboles. Son libres, libres en su mundo; bueno, parte de lo que el hombre les ha dejado por mundo. Traviesas, brincando de árbol en árbol. Me ven y se esconden; si las miro se congelan. Bajo la mirada y continuan su juego. Tal vez son familia, tal vez son amigas, tal vez son vecinas o tal vez son sólo ardillas. No importa, se ven felices. 
No sé si se preocupan por qué van a comer mañana, no sé si se preocupan por quien se va a casar con ellas; pero no se ven preocupadas, si soy honesta. Sólo se ven felices.
¡No lo puedo creer! No sé si todas las ardillas se preocupan por quien se va a casar con ellas, pero estas dos que están frente a mí, que no sé si están casadas, vinieron a lo suyo. No les diré lo que están a punto de hacer, pero creo que muy pronto habrá ardillitas por estos rumbos.
¡Oh, oh! Bueno, quien sabe. La ardilla hembra, pienso que fue la hembra (o sólo quiero creer que por lo menos en las ardillas la hermbra tiene más pudor), me ha visto y no quiere público, se han marchado.
Poco a poco, niños y adultos van llenando los espacios vacíos del parque, interrumpiendo gradualmente los sonidos de la naturaleza, misma que esconde sus encantos, sustituyéndolos por voces humanas y sonidos infantiles. Eso sin contar el sonido de los autos que pasan, cada cinco segundos, a unos trescientos metros de donde me encuentro y el ruido ensordecedor de los aviones que pasan cada cuatro.
¡Pobre naturaleza! Ya no sé quien se adaptó a quien, si la naturaleza al hombre o él a ella. 
Debo pararme. Haberme sentado en la barra de concreto que separa el pasto del camino empredrado, que está entre árboles,  y la estática, han congelado la mitad inferior de mi cuerpo y debo pararme y caminar. Necesito sol, todos necesitamos sol. Debo regresar. El hombre huye del ruido, pero no puede vivir sin él.
¿Serían treinta minutos? No lo sé, pero me perdí, me perdí en un mundo maravilloso en el que hay paz, en el que hay tanto que aprender y recibir. Así es Dios, creó cosas que no se quedan con lo que tienen. Sólo el ser humano puede ser tan egoísta con lo que tiene que dar.
Esos treinta o cuarenta minutos me quitaron uno o dos años de estrés que traía pegados al alma. Cada uno de mis sentidos cobró vida y se unieron para que la naturaleza entrara por cada poro de mi alma. Aunque el único sentido que no trabajó fue el gusto. Es que no puedo imaginar a que sabe una ardilla cruda o un taco de hojas secas o semi verdes.
En fín, no fue necesario usarlo, mi sistema digestivo estaba por terminar la primera digestión del día. Pero ¿quién necesita digerir más comida si digerir la naturaleza es mejor?
Pero se acabó, aquí vamos otra vez, al mundo real: el ruido, lo carros, la gente. Pero como dije antes, con un año menos de estrés y una nueva actitud, una actitud de paz, paz que sólo Dios da.